18 de noviembre de 2002
Transcribimos parte de un articulo publicado en la Revista de Obras Publicas, allá por 1853, escrito por un sufrido Inspector de caminos de hierro:
"Las personas que se ponen al frente de una compañía concesionaria o las que toman a su cargo una empresa tan vasta cual es la construcción de un ferrocarril, por poca que sea su extensión, tienen precisamente una posición social muy elevada; grandes capitalistas todos, á una notable altura, algunos en la escala administrativa, constituyen entre nosotros preciso es confesarlo por mas doloroso que esto sea, una especie de pequeños poderes antes los cuales el inspector que el gobierno pone, simple individuo de un cuerpo respetable si, pero sin mas títulos que su ciencia y su honradez, no figuran ni puede figurar nada ínterin no lo se revista con altas atribuciones, en cuyo uso solo, pueda por medio de su autoridad hacer sentir al capitalista, ofuscado a veces por su fortuna, que existe sobre el suyo otro poder siempre mas grande, mas santo y mas noble también que, encargado de velar por los intereses todos de la sociedad, no permitirá nunca que nadie los defraude en lo mas mínimo".
Continuaba el Inspector:
"Poner un inspector ante uno de estos concesionarios, ante uno de esos contratistas, sin revestirle antes de las atribuciones (...) sin elevar su posición cuanto sea dable, es solo un alarde de impotencia que sirve en ultimo resultado para desacreditar mas y mas al gobierno y á los hombres de arte, llamados á ocupar aquellos hasta ahora enojosos puestos: al primero, porque parece pretende únicamente cubrir las formas de sus altos deberes, dando lugar á pensar que no se atreve á cumplirlos; y al segundo, porque por mucha que sea su energía y su fuerza de voluntad, tiene siempre que terminar por perderlas ambas, cansado de una estéril y desigual lucha en la que, á pesar de llevar siempre la razón, son muy pocas las veces que se le concede, y aun estas después de mil quejas y mil consultas que se le han hecho elevar a la superioridad, y á las que por fin les llega un día para resolverse; teniendo entre tanto que aparecer ante todos los que debieran obedecer sus mandatos, como una persona que tiene solo un viso, un nombre mas bien de autoridad, pero cuyas órdenes ni están obligados a cumplir ni han tenido nunca por conveniente el hacerlo."
Terminaba el Inspector con unas palabras que hoy por hoy se pueden suscribir todavía con mucha mas fuerza que antaño, vista la situación actual y la que se avecina, la postura mas coherente, y entendemos que ética, es solicitar que desaparezca la intervención del gobierno en las obras publicas, que:
"cese esta de todo punto, entréguese nuestro porvenir entero al interés particular, sin traba de ningún genero, y habrá al menos en ello mas franqueza que en el mezquino termino medio que ahora se admite y se practica, y con el que nada sino el ridículo se consigue."
Lo que ni se podía imaginar nuestro inspector es que ciento cincuenta años después se añoraría ese "mezquino termino medio".